Manon concentra la mirada entre sus gatos para asegurarse de que, la altura de la pieza curva de metal que va a soldar con la parte plana, es la correcta. Moldear el hierro con su creatividad, para crear figuras de animales colgantes, es el oficio que ella ha elegido, el que le apasiona y para el que se ha formado. ¿Suficiente? El patriarcado dice no.
Defender su valía como profesional del hierro y justificar continuamente su presencia en el taller son cargas que esta sociedad sexista añade por defecto a su lista de tareas diarias. Los juicios rancios no permiten a la feminidad ocupar ciertos espacios.
Pero Manon le planta cara. Ella dice ¡sí! a que el brillo del metal compita con la luz de la purpurina esparcida por sus mofletes y el eyeliner azul eléctrico de sus ojos. Sentirse libre y permitirse ser, a pesar del juicio de los que nos quieren escondidas en sus cajas de porcelana, es una conquista.
Ojalá llegue el día en el que no importe si el cuerpo que viste ese mono azul tenga vagina o pene, purpurina o pelos, y solo veamos a la profesional que crea magia al calor de un soldador.
Por todas las conquistadoras, las que fueron, son y serán.
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